lunes, 28 de julio de 2014

Cambio de casa

Mis muy queridos, a partir de hoy, y quién sabe hasta cuando, nos mudamos a una casa medianamente propia.
Todos los posteos anteriores están pasados a la nueva morada.
La nueva casa, en la que estaremos hasta que algo suceda, queda en proyectoquilt.com.ar

sábado, 26 de abril de 2014

Los crisantemos coreanos

Me levanté temprano hoy, demasiado temprano entre la tos de Isabella y mi histórica imposibilidad de dormir más de un par de horas como la gente normal.
Leí los diarios y recomendé notas. Isabella se volvió a despertar y la volví a a dormir.
Me preparé unos mates. Transcribí el poema que tanto me había gustado ayer cuando lo leí, y no sabía qué hacer. Se me ocurrió ponerlo acá, que es donde están algunas de las cosas que más quiero. Disfrútenlo tranquilos, en silencio y en calma, creo que no hay mucho más.

Los crisantemos coreanos

acá en este jardín
son enormes y como margaritas
(¿por qué no? ¿no es el margaritón un crisantemo?),
arbustivos y de tallo grueso,
las hojas hacia arriba
apuntan al pedúnculo del que
surgen las flores en
forma de sol. Me encanta
este jardín en todos sus humores,
aun bajo su capa invernal
de yerba de sal, o ahora,
en octubre, cuando no queda
más que la mitad: aquí
una rosa, allí una mata
de acónitos. Esta mañana
uno de los perros mató
una lechuza. Bob vio
cuando pasó, trató de intervenir. El airedale
le partió el cuello y la dejo
ahí tirada. Ahora el ave
está enterrada junto a un
manzano. Ayer vimos desde la mesa
al búho, inmenso en el crepúsculo,
volando en círculos por encima del campo
con silenciosas alas de búho.
el primero que se haya
visto por aquí: ahora ya no está,
no es más que un sueño recordado.

Los perros ladran. En el estudio suena música
y Bob y Darragh pintan.
Yo garabateo en una
libretita en una mesa del jardín,
con una camisa demasiado gruesa
para el sol de mediados de octubre
hacia el que miran todos los
crisantemos coreanos. Tengo
al lado un libro soso,
un corazón de manzana, cigarrillos,
un cenicero. Detrás de mí florece
la ruda que le regalé a Bob.
Luz sobre las hojas,
tanto para ver, y
lo único que veo en realidad es ese
búho, su volumen perturbando
el crepúsculo. Pronto
voy a olvidarlo: ¿qué hay que no haya olvidado?
O que algún día no vaya a olvidar:
este jardín, la brisa
en calma, incluso
las palabras, crisantemos coreanos.


James Schuyler

Una ciudad blanca, ediciones Gog y Magog, Buenos Aires, 2012

martes, 22 de abril de 2014

Dos relatos, una sola mirada a la memoria

Hombrecito con hacha y otras situaciones breves - Liliana Porter - (Detalle)

Este artículo se publicó originalmente en el Suplemento Enfoques del diario La Nación el 20 de abril de 2014

La idea de la memoria, asociada con la verdad, la justicia y los derechos humanos, se ha convertido en un aspecto relevante desde el punto de vista político, sin distinguir entre partidos, organizaciones y formadores de opinión.

La memoria, convertida en un hecho moral, se ha instalado en el discurso político argentino y ha reclamado visibilidad argumentativa y actitudes hipotéticamente coherentes. El memorismo, casi  una moda intelectual, lo ha simplificado todo y terminó reduciendo un tema complejo a un conjunto de consignas más o menos vacías. El resultado de esa simplificación es que la memoria de la que habla la política argentina es la memoria colectiva.

Para devolverle densidad al tema, la primera operación intelectual que es necesario hacer es la de separar la memoria personal de la memoria colectiva. La primera de ellas es inevitable y la segunda es imposible.

La memoria individual es ineludible y creativa. Nadie puede optar por no recordar y, por lo general, de un mismo momento se tienen en cada visión particular, versiones distintas. Existe una brumosa sensación acerca de un episodio y luego la imaginación completa el cuadro entremezclando certezas y fantasías de modo azaroso y sin buscar más que una verosimilitud precaria y, fundamentalmente, útil para el momento de la conversación. La memoria individual está hecha de experiencias y, por lo tanto, es intransferible. Se puede ejercer la empatía, pero no se puede vivir lo mismo que otra persona.

Da igual que se trate de una escena feliz o de un momento dramático, no podemos transferir la experiencia y es por eso que la memoria personal es un proceso de individuación potente en la construcción de la subjetividad.
Por los mismos motivos, pero entendidos de modo inverso, la memoria colectiva es imposible, ontológicamente, por carecer de sujeto portador. No es posible armar con la suma de memorias individuales un esquema colectivo. Siempre, irremediablemente, se estará bajo la construcción de un grupo  que politiza la memoria para convertirla en un ejercicio de poder. Sin importar quién lo lleve adelante, este proceso se trata de un intento por controlar políticamente lo que es deseable pensar sobre la historia y sobre el pasado, pero también sobre el presente y el futuro.

El historiador alemán Reinhard Koselleck llamó a esto la administración del recuerdo. Un grupo, obstinándose en llevar adelante lo que es imposible, determina el modo de mirar los hechos del pasado e impone al resto de la sociedad sus cánones éticos, sus principios políticos y sus estándares enunciativos. De asumir esa opción, el agente administrador se compromete con un esquema paternalista, autoritario y escasamente democrático. En los pocos casos en los que este actor comprometido con una versión totalizante de la interpretación histórica no existe, las metáforas de creación se imponen a las de venganza y justicia.

Se ha escrito mucho sobre el uso político de la memoria por parte del kirchnerismo y sobre el abuso narrativo que supone esa fugitiva entelequia llamada vulgarmente el relato. Menos se ha escrito sobre las tentaciones que aparecen ahora que el gobierno parece tocar la retirada, para hacer lo mismo pero en una dirección aparentemente distinta. Bajo la forma de arrepentimientos, declaraciones y manifiestos está comenzando a gestarse, de modo incipiente pero con potencia simbólica, una suerte de necesidad de contar la otra historia, la que se opone al relato oficial populista, la que cuenta la verdadera naturaleza de lo que sucedió. Ambos grupos, los defensores del relato y sus contestadores, omiten una dificultad filosófica e histórica. Vincular la verdad con el desarrollo de hechos concretos de la historia no es deseable por sus consecuencias políticas, pero además, no es posible.
Tanto la verdad como la memoria son cosas vivas y las interpretaciones de los sujetos y de los grupos cambian con el tiempo y se relacionan con los intereses, lo que convierte a las narrativas de la historia en un escrito cambiante y plural.

Jugar con las mismas reglas

No aceptar esta condición de la memoria y querer presentar públicamente una versión verdadera frente a una falsa termina en una paradoja en la que todos se parecen más de lo que están dispuestos a admitir. La pretensión de verdad es análoga en un caso y otro y la falta de consideración sobre el resto de la sociedad es igual en los continuadores del relato y en sus contestadores. En lugar de poner la atención en la innecesaria sobrevida de una memoria colectiva, los opositores al populismo juegan el juego con las mismas reglas e idénticos objetivos. Es difícil encontrarle algún rédito a suplantar a una versión por otra para terminar atrapado en la misma telaraña de legitimaciones políticas.

En sociedades donde se han vivido situaciones de violencia política, la búsqueda moralista de una verdad ordenadora aparece bajo la forma de un exorcismo que es capaz de alejar las consecuencias de la maldad. Pero esta reducción ofrece más sombras que luces. En el sentido de la moralidad, sólo se puede tener razón. Nadie discutiría que matar, torturar y robar son cosas malas y reprobables, pero eso no nos hace avanzar ni un solo centímetro. Retomando a Koselleck, el juicio moral siempre tiene razón, pero es políticamente inútil.

Muy posiblemente las escasas diferencias y la falta de matices que se advierten en la Argentina en el tratamiento de este tema encuentren su explicación en dos marcas indelebles en la matriz política argentina: su inclinación al colectivismo y su antiliberalismo. Por desolador que resulte, hay que decir que el tema de la memoria y sus sucedáneos es tratado de un modo muy poco diferenciado entre los políticos profesionales y el mundo de las ideas. Hay excepciones personales, pero no alcanzan para torcer la tendencia  simplificadora.

La memoria colectiva funda a la nostalgia como categoría política y nos ancla en el pasado. Una manera de abrir paso a metáforas creativas es tomar el camino liberal y dejar a cada uno de nosotros trabajar individualmente sobre nuestra experiencia con el pasado. Ampliar la conversación democrática y desplegar mundos de vida imaginativos puede comenzar por la deliberada renuncia a repolitizar la memoria para no restarle posibilidades al futuro.


lunes, 6 de enero de 2014

Los usos populistas del marxismo



Este artículo fue publicado originalmente en el Suplemento Enfoques del diario La Nación
 el día 5 de Enero de 2014

En muy pocos lugares del mundo el marxismo tiene una presencia cotidiana, más allá de las arqueologías académicas. Incluso en esos ámbitos, independientemente de ser revisitado con alguna frecuencia, el pensamiento de Marx tiene una relevancia menor frente a otras formas de mirar lo social y lo político. Curiosamente, entre nosotros no es así. En los últimos tiempos, dos casos resonantes han puesto al pensamiento del filósofo de Tréveris en la consideración pública, en la prensa y en la pluma de los intelectuales.

Tanto el ministro de economía Axel Kicillof como el mismísimo Papa Francisco han desarrollado curiosas interpretaciones con eje en el marxismo. Uno y otro negaron de un modo sinuoso ser marxistas pero al mismo tiempo reconocieron cierto gusto en ser vistos por el ojo ajeno como miembros de ese club. El ministro de economía insiste en que su postura frente a su profesión tiene que ver más con las ideas Keynesianas, pero de todas formas, la calificación de marxista a la obstinadamente se ve enfrentado, no lo incomoda. El Papa fue crítico con las ideas marxistas, incluso llegó a decir que estaban equivocadas, sin embargo, dijo conocer a marxistas que resultaron ser muy buena gente y que por esa razón no se vería ofendido si alguien viera en él un marxista.

Cuando se alude al marxismo en estos casos, ¿Se está pensando en el corpus de ideas del materialismo histórico y en las experiencias políticas del socialismo real? ¿O se está hablando de algo diferente?

Identidad virtuosa

A primera vista, pareciera que toda aproximación política que se imagina de izquierda o que se piensa a sí misma como portadora de valores populares, se cree, de algún modo, marxista. Esta hipótesis de identidad virtuosa se construye sobre cuatro pilares: un rechazo entusiasta a las ideas liberales, una fuerte vocación estatalista y antimercado, un riguroso espíritu crítico frente a todo lo que provenga de los Estados Unidos y un discurso cargado de menciones hacia el pueblo. Estos rasgos, presentes también en opciones como el nazismo y el fascismo, dibujan el perfil de un izquierdismo bastante torpe -con el que incluso el propio Marx marcaría diferencias- pero sencillo de instrumentar con economía de gestos y un lenguaje acotado.

La versión del marxismo de aeropuerto a la que se alude en estos casos, opera como una suerte de sustitución teórica de ideales. Curiosamente, los ideales cientifistas, racionalistas y positivistas de la literatura marxiana quedan reducidos a unos pocos tópicos identificables con los del populismo.  Las referencias a este  marxismo invertebrado que hacen Kicillof y el Papa Francisco son, en realidad, la continuación del populismo por otros medios. Es hacer realidad el sueño de  cualquier argentino que cree hacer política por izquierda. Mezclar a Perón con Marx, y si se puede sazonar con alguna pizca freudiana, después de todo, ha sido una de las constantes de la política y la academia argentina desde hace más de 50 años. Los resultados, medidos en términos democráticos, son desalentadores.

Corrección política

Las posiciones de izquierda tienen, entre nuestros profesionales de la política, un revestimiento de corrección desproporcionado frente a lo que sucede en la realidad. La pregunta que se impone en este caso es muy clara: ¿Cómo es posible que, en un país donde casi todas las opciones políticas se definen como de izquierda, haya cada vez mayor desigualdad? Esto admite una respuesta doble: O bien los políticos no son todo lo de izquierda que dicen ser o bien la izquierda no es portadora de las virtudes que románticamente anuncia. Para cerrar el círculo ideológico del sistema político argentino, la derecha prácticamente no existe, al menos enunciativamente, y ningún político se reivindica desde este lugar ideológico, en algún punto cargado de vergüenza. Todo esto en un país conservador, provinciano, cerrado sobre sí mismo y con fuertes prácticas feudales y clientelares.

El resultado de la alquimias política de mezclar marxismo y populismo se mide en términos de atraso. Al atraso que supone el populismo se le adiciona el retroceso de una mirada ostensiblemente marcada por el fracaso como es la del marxismo. Las sociedades a las que les ha ido mejor en las últimas décadas no tomaron ninguno de estos caminos. Ni minimizaron el papel de la democracia como experiencia ni resumieron los criterios de igualdad y libertad al dogmatismo de un credo izquierdista. Por el contrario, se reconciliaron con la dimensión liberal de la democracia y desde allí asumieron compromisos reales de mejoras sociales, avances culturales e inclusión política. Ninguna de las sociedades que miramos con atención se funda en el desprecio al mercado y en un estatismo ciego. Tampoco generan sociedades en donde la beligerancia sustituye al diálogo y empequeñece el debate.

Cuando Kicillof, Bergoglio y la izquierda cultural argentina se visten de este marxismo liviano asumen, inadvertidamente, las condiciones estructurales del fracaso de la democracia argentina y obstaculizan una mirada esperanzada y creativa. Los ideales invocados no se alcanzan por los caminos elegidos. Ni la igualdad ni la libertad llegaron,  históricamente, de la mano del marxismo o del populismo, mal podrían llegar del maridaje planteado antojadizamente en nuestro país.

El equívoco más fuerte en términos teóricos es suponer que la búsqueda de la igualdad y la libertad están resumidas y recluídas en las ideas y las prácticas del marxismo o en las del populismo. Las distintas realidades políticas se obstinan en señalar ese error mostrando que las formas teóricas que intentan mejorar la vida de las personas no se encuentran acotadas por las fronteras axiomáticas y actitudinales de estas tradiciones. 

No es mala idea preguntarle a cualquier ciudadano de Europa del Este, a las damas de blanco en Cuba o al gran artista Ai Wei Wei en China, si el marxismo es sinónimo de justicia, igualdad y libertad.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Un balance político a 30 años del retorno a la democracia en la Argentina

Este jueves 5 de diciembre se presentó el libro que la Fundación Konrad Adenauer de Alemania y CADAL idearon para colaborar en pensar estos 30 años de democracia.
La presentación, en la mediateca de la Alianza Francesa de Buenos Aires fue realmente hermosa. Los panelistas y autores, Marcos Novaro, Luis Alberto Romero, Saniel Sabsay, Carlos Fara, Graciela fernandez Meijide, Fernando Ruiz y yo, fuimos preguntados por el prologuista del libro Vicente Palermo sobre aspectos importantes de nuestros trabajos. Si algo salió de interesante es que ninguno de descompremetió dando una respuesta preseteada, lo que abrió también, espacio para el debate. Estoy muy contento por haber participado en este libro, y le agradezco a Gabriel Salvia, director ejecutivo de Cadal la convocatoria.
Para los que les interese leer el libro, lo pueden hacer desde este link:

http://www.cadal.org/libros/pdf/Un_Balance_Politico_2013.pdf

domingo, 1 de diciembre de 2013

Charla del 29.11 con Franco Rinaldi

Acá les dejo la charla del viernes último con Franco Rinaldi, por la radio de la UBA. Para mi, es una de las mejores

jueves, 28 de noviembre de 2013

El nuevo espejismo

Esta nota salió publicada originalmente en la edición de Bastión Digital del 26 de noviembre de 2013

La primera vez que fui a Chaco fue en un auto oficial y con chofer. No es la mejor manera de relacionarse con las cosas, pero tampoco la peor. Lo primero que vi, apenas dejé atrás el puente que te trae desde Corrientes, fue un grupo de chiquitos aborígenes, casi desnudos, frente al calor insoportable del mediodía de Resistencia. Vendían unos arquitos y unas flechas, trabajados a la tradición toba, creo, a quien quisiera comprarlos. No tenían más de seis o siete años, y la escena, lejos del pintoresquismo o el respeto a una tradición cultural, fue la puerta de entrada a la situación social endémica de Chaco. Pobreza extrema, abuso estatal y supervivencia despiadada y cruel.

Esta semana volvió la presidente y realizó algunos cambios de personajes y de casilleros. El premio mayor se lo sacó el gobernador de Chaco, Jorge Milton Capitanich. En el acto de asunción de los nuevos funcionarios volvió la profundización del modelo, las gestualidades patéticas que simulan la comunicación entre el líder y el pueblo y los canticos liberacionistas.

Para los que quieran saber quién es Capitanich, la información abunda. Gobernante rico en una sociedad arrinconada contra la pobreza, liquidador del banco de Formosa, promotor de sueños compartidos, casado con Sandra Mendoza, creador del bogarcha y el boconcha, viajero compulsivo y un acomodaticio sin límite que puede ser funcionario de cualquiera.

Lo que no deja de sorprenderme es la reacción de una parte, demasiado grande, de la clase política profesional argentina frente a este nombramiento. Dejo expresa aquí la salvedad hacia quienes no lo hicieron, pero fueron tantos los que vieron en el arribo del gobernador de Chaco una señal positiva, que no es fácil dejarlo pasar.

Entiendo el cuidado institucional que es necesario para construir una sociedad política. Sin embargo, eso no debiera imposibilitar a los dirigentes de un mínimo acceso crítico y del reconocimiento acerca del tipo de gobierno que tienen enfrente. Escuchar que con estos cambios podría comenzar una etapa nueva, de diálogo y sin coacciones resulta ofensivo. Los llamados a la racionalidad presidencial tras la intervención, como si le hubiera transplantado una sensibilidad democrática que no tenía, son muestras de incompetencia política. Es el drama de una oposición que no logra, aún ganando elecciones, poner una agenda propia, hablar un idioma distinto y pensar un país diferente. Cómo no puede hacer eso, lo espera, cándidamente, del oficialismo.

Un paso más allá del optimismo zonzo, la escala de asombro encuentra un nuevo peldaño. Importantes dirigentes de la oposición, incluso algunos imaginables como presidenciales, rescataron en Capitanich la dimensión de la gestión. Último de los fetiches, definitivamente un refugio para la falta de conceptualización, la reivindicación de la gestión suple cualquier opinión o cualquier argumento. En este caso, la gestión que se pondera no es la de Medellín, es la de Chaco. En esa provincia, donde gestionó el nuevo jefe de gabinete, más de la mitad de su población está bajo la línea de pobreza y algo más de un cuarto ni puede pensar en cómo subsistir. Los medios son casi todos oficialistas y los periodistas que se animan a decir algo del gobernador, por mínimo que fuere, reciben una carta documento para rectificarse. ¿Cuál es la explicación para que se reivindique una gestión así? Un motivo puede ser la falta de talento político para plantear los problemas, otro, el exceso de celo frente a las pocas expectativas que la ciudadanía puede poner en ciertos cambios. En definitiva, pobreza intelectual y miedo.

Una declaración me llamo más la atención que el resto. El líder de los socialistas, Hermes Binner, dijo: “Capitanich sí sabe.” Detengámonos un minuto en esta frase. Capitanich sí sabe. En primer lugar, deja entrever que hay otro que no sabe. Podemos presumir que es el anterior jefe de gabinete. Es cierto que con levantarse temprano y cepillarse los dientes, Capitanich ya hará más cosas que Abal Medina en ese cargo. Pero de allí a mentar sabidurías hay un largo trecho.
Otra hipótesis, que considero más truculenta al tiempo que más cierta, es que el “Capitanich sí sabe” de Binner se trata de un código. De una referencia simbólica corporativa. Capitanich es uno de nosotros, dice Binner, y por eso sabe. Gobierna, horrible, pero gobierna y eso lo hace un compañero. Tiene los mismos problemas, sufre por las mismas demandas y vive dentro de un universo que, con algunas distancias, es común.

Esto no quiere decir que Binner no sea un opositor a Capitanich. Incluso nada dice sobre si es mejor como administrador o como político, pero lo que revela es una autoreferencialidad de la política que indica una lejanía con los que no forman parte de la cofradía que no puede menos que inquietar.

Una política nueva tiene que romper con esa lejanía sin comprar acríticamente el sonsonete de la proximidad. La democracia liberal necesita de la representación y esta es ficcional e imperfecta, pero mucho menos que la ficción del pueblo o de la voluntad general.

Hace tiempo, desde estas y otras páginas, sostengo que lo mejor que pueden hacer aquellos que insisten en ser nuestros representantes es contarnos qué tipo de sociedad quieren. No parece que estemos cerca de eso, pero podemos ir sacando conclusiones mirando qué dijo cada uno y cómo se posicionó frente a los cambios en el gabinete. Habrá que ir anotando los nombres de los que, lúcidamente, se mostraron escépticos. Así, podremos saber cuánto nos está acompañando cada uno frente a un gobierno que nos maltrata sistemáticamente, nos miente en la cara y se ríe de nosotros.